Por Alexander Martínez

En el año de 1502, en el cacicazgo de Painalla o Paynalá, que se hallaba entre los actuales Oluta y Jaltipan, a unos 40 km al suroeste de Coatzacoalcos en el estado mexicano de Veracruz, nació la hija del cacique Chimalpain y su esposa Cimatl.
Le dieron el nombre de Malinalli que significa “Hierba torcida”, aunque por su piel clara, también se le llegó a llamar Tenépatl “Hecha de cal”.
Siendo hija de caciques, tenía una posición privilegiada, pero esa condición no duró, pues su padre murió y su madre contrajo nupcias con un nuevo cacique; de ese nuevo matrimonio, nació un hijo y se acordó dejarle a este el cacicazgo; para que la niña no fuese un estorbo, una noche fue regalada a unos indígenas de Xicalango (en el actual Campeche) y se esparció el rumor de su muerte.
Como Xicalango era una zona de descanso para los pochtecas (mercaderes) que comerciaban entre los distintos señoríos de Mesoamérica, Malinalli fue entregada a ellos, que a su vez la entregaron como esclava al señor Tabzcoob cuando este los venció en batalla.
Para continuar con su historia, permíteme contarte de forma breve, sobre tres expediciones que llevaron a cabo los españoles y que iniciaron cuando Malinalli tenía unos 15 años aproximadamente.
La primera comenzó el jueves 8 de febrero de 1517 cuando, a cargo de Francisco Hernández de Córdoba, zarpó de Cuba una expedición que al cabo de unas semanas llegó a un lugar llamado en idioma maya Akimpech “Lugar de garrapatas”, allí, unos indígenas se acercaron a los españoles y con señas les preguntaron si venían de donde nace el sol, usando además la palabra Castilan (palabra enseñada seguramente por Gonzalo Guerrero o Jerónimo de Aguilar). Cuando estos afirmaron que procedían de Castilla, los mayas los atacaron, obligándolos a embarcar y marcharse del lugar.
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La falta de agua ocasionó que al cabo de 6 días desembarcaran en la desembocadura del rio Champotón, para reabastecerse del vital líquido. Apenas desembarcar, los indígenas del lugar se aprestaron a combatirlos y les dieron a entender que, de no abandonar rápidamente esa tierra, les harían la guerra en cuanto terminara de arder una hoguera que habían encendido a forma de temporizador.
Los europeos siguieron abasteciéndose de agua, pero al apagarse la fogata, los mayas cumplieron su palabra y atacaron a los españoles venciéndolos y obligándolos a retornar a Cuba con solo la mitad de la tripulación sobreviviente y a solo 3 meses y pico de iniciado el proyecto.
Sin embargo, al año siguiente, el 1 de mayo de 1518, zarpó una nueva expedición, capitaneada por Juan de Grijalva. Siguiendo una ruta similar, bordeó la península de Yucatán evitando anclar en sus costas y navegando hasta encontrar un poderoso afluente al que bautizaron como río Grijalva.
Allí el cacique Tabzcoob los recibió amablemente y comerció con ellos. Al final, Juan de Grijalva continúo su viaje sin mayores problemas, y una vez concluida la expedición y gracias a los objetos de oro llevados a Cuba, se decidió armar una tercera, esta vez a cargo de Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano, o simplemente Hernán Cortés.
Después de rescatar a Jerónimo de Aguilar y haber bordeado la península de Yucatán, la armada de Cortés llegó a Centla, en la desembocadura del rio Grijalva, el viernes 14 de marzo de 1519. Los guerreros de Tabzcoob los atacaron de inmediato, sin que valieran las palabras de los castellanos que pedían ser recibidos pacíficamente como había ocurrido un año atrás. Dicho cambio de actitud, se debía a que los de Champotón les habían recriminado haber recibido bien a Grijalva y los calificaron de afeminados.
En la primera escaramuza, los españoles los derrotaron y se apoderaron de unos edificios cercanos en los cuales pernoctar. Ante esto, los tabasqueños decidieron vengarse y reunieron un ejército de varios miles con el cual contraatacar.
Durante la posterior batalla, los indígenas comenzaron a imponerse debido a su superioridad numérica, pero al final, una carga de caballería que les llegó por la retaguardia les dio la victoria a los españoles. En los días siguientes, los centlecas se presentaron ante los castellanos para solicitar la paz y hacerse súbditos de la corona española. Dieron magníficos regalos a Cortés y sus hombres y les entregaron veinte esclavas.
Y aquí aparece de nuevo Malinalli, que fue una de las mujeres entregadas a los españoles. Cuando Cortés las repartió entre sus hombres, Malinalli fue entregada a Alonso Hernández Puertocarrero. Debido a que los castellanos no podían tener contacto con paganos, fueron prontamente bautizadas, siendo Malinalli renombrada como Marina, una vez cumplido este requisito, los españoles las hicieron sus mujeres. Marina tendría, si acaso, 17 años.
Hernán Cortés continuó su viaje y al llegar a los arenales de Chalchiucueyehcan, en el actual puerto de Veracruz, recibió una embajada mexica y ante la incapacidad de comunicarse con ellos por algo más que no fuesen señas, decidió mostrarles el poder de los caballos y artillería castellanos, causando en ellos tal impacto que estos pensaron que se trataba de “teules”, es decir, dioses. Una vez más, los indígenas dieron grandes obsequios a Cortés y sus hombres, dejaron un buen número de servidores y naborías (tortilleras) para que los atendieran y regresaron a Tenochtitlán a llevar las noticias a su señor.
Un día, Marina fue sorprendida platicando con una naboría, por lo que se supo que sabía la lengua de los mexicas. Esto regocijó a los españoles, pues sabían que ahora podrían comunicarse con los súbditos de Moctezuma. El sistema utilizado fue el siguiente: Hernán Cortés hablaba castellano con Jerónimo de Aguilar que lo traducía en maya a Marina y ella a su vez lo traducía en náhuatl a los mexicas y todo a la inversa hacia Cortés.
Sobra decir que Cortés desposeyó a Puertocarrero de Marina y se quedó con ella no solo como intérprete sino también como concubina. A la postre procrearía con ella un bastardo llamado Martín Cortés, que fue injustamente atormentado en 1865, cuando su hermano de igual nombre intentara independizar de la metrópoli el Valle de Oaxaca.
Interprete y mujer del capitán, Marina se ganó el respeto, e incluso cariño, de indígenas y europeos, llegando los unos a obedecer sus instrucciones como si se tratara de gran cacique y los otros a referirse a ella como Doña, sirva de ejemplo Bernal Díaz del Castillo en su “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, o los diferentes códices que relatan la conquista, en los cuales aparece siempre a lado, delante o detrás de Cortés.
Su papel durante la conquista de Tenochtitlán seguramente lo conoces bien, ¿pero que ocurrió con Doña Marina después de ese suceso?

Pues en 1524, Cortés partió hacia las Hibueras (actual Honduras) y con él iba Doña Marina. Cuando llegaron a Orizaba, en el estado de Veracruz, Cortés embriagó a uno de sus hidalgos llamado Juan Jaramillo y delante de unos testigos lo casó con Marina, pese a que posteriormente este le reprochó tal acto a Cortés, nada pudo hacer por cambiar la situación. Eso sí, procreó una hija a la que llamó María Jaramillo.
A partir de su separación de Cortés, Marina desaparece de la historia. Ni siquiera se tiene la certeza de la fecha y el lugar de su muerte, acaecida cuando apenas contaba con 24 o 27 años de edad.
Tomando como base la “Probanza de los buenos servicios y fidelidad con que sirvió en la conquista de la Nueva España la famosa Doña Marina”, del archivo general de Indias, en Sevilla, fechada en 1542, se piensa que murió en 1526 cuando regresó de las Hibueras, pues en dicho documento se menciona que Juan Jaramillo volvió a casarse en 1527.
Otros más señalan que conforme a los documentos de las gestiones que hizo su viudo para volverse a casar, el año correcto de su muerte fue 1529.
Fuera de esos registros lo demás es especulación.
El relato más bondadoso con ella señala que no regresó a la Ciudad de México cuando concluyó la expedición de las Hibueras, sino se quedó en su tierra natal.
Otro relato menciona que murió infectada durante una epidemia de viruela y que, mientras era asistida espiritualmente en su lecho de muerte por Fray Toribio de Benavente, encargó que después de haber celebrado la santa comunión, fueran a decirle a Cortés “yo le agradezco lo que conmigo hizo… y que si en algo pudo agraviarme, le perdono por lo mucho de lo que soy su deudora.”
El relato más trágico cuenta que fue apuñalada en su casa de la calle de Moneda la madrugada del 29 de enero de 1529, para que no declarara en contra de Cortés durante un juicio que se le iba a aplicar por su residencia.
Y si hablamos de su sepulcro, tampoco hay certidumbre del lugar.
Según uno de sus biógrafos, fue enterrada en la Ciudad de México, en la iglesia de la Santísima Trinidad, convertida más tarde en el monasterio de Santa Clara, que ya no existe.
Otros opinan que sus restos adornados con joyas y oro, se encuentran bajo una cruz en el templo de San Pedro y San Pablo, ubicado en Jilotepec, Estado de México, que fue la encomienda que Cortés dio a Jaramillo y Marina después de casarlos.
Sea como haya sido su final, mientras estuvo viva, Marina desempeñó un papel crucial durante la conquista; lamentablemente, debido al desconocimiento de su origen, un nacionalismo irracional o simple mala fe, ha terminado por forjarse un concepto negativo de ella, llegando incluso a acuñarse el vocablo “malinchismo”, como un sinónimo de traidor o simpatizante de lo extranjero.
Heroína, villana, o simplemente víctima de las circunstancias, lo dejo a tu criterio.
LA MALINCHE Es importante destacar que Malinalli, a pesar de hablar náhuatl, no nació en territorio mexica, sino en una provincia llamada Coatzacoalcos, que ni tributaba a los mexicas, ni dependía de ellos. Por lo tanto, al no ser mexica, es erróneo aplicarle el calificativo de traidora; hacerlo sería tan ilógico como llamar traidor a algún irlandés que se enlistó en el ejército estadounidense que invadió México en 1846. Toma en cuenta, que los mexicas eran odiados por el resto de pueblos mesoamericanos, por lo que la actitud de los totonacas y tlaxcaltecas por poner un ejemplo, no debería extrañarnos y tampoco es correcto tacharlos de traidores. ¿Y de dónde viene el nombre Malinche?, surgió por una deformación española del nombre de Malinalli. A pesar de ser bautizada por los españoles como Marina, los indígenas seguían llamándola por su nombre náhuatl, en este idioma el sufijo –tzin es reverencial y denota aprecio así como respeto. Dado que Malinalli era la mujer de Cortés, los indígenas se referían a ella como Malinatzin o Malintzin. También es curioso lo siguiente: dado que la compenetración de Cortés y Malinalli fue tan estrecha, los indígenas comenzaron a llamarlo a él por el nombre de ella. Por eso, Bernal Díaz del Castillo escribió lo siguiente: “Antes que más pase adelante quiero decir cómo en todos los pueblos por donde pasamos, o en otros donde tenían noticia de nosotros, llamaban a Cortés Malinche; y así le nombraré de aquí adelante, Malinche en todas las pláticas que tuviéramos con cualesquier indios, así desta provincia como de la ciudad de México, y no le nombraré Cortés sino en parte que convenga; y la causa de haberle puesto aqueste nombre es que, como doña Marina, nuestra lengua, estaba siempre en su compañía, especialmente cuando venían embajadores o pláticas de caciques, y ella lo declaraba en lengua mexicana, por esta causa le llamaban a Cortés el capitán de Marina, y para ser más breve, le llamaron Malinche”. Por eso, cuando Cuauhtémoc fue capturado y llevado ante Cortés, se refirió a él con este término diciéndole: “Señor Malinche, ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad y vasallos, y no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma luego ese puñal que tienes en la cinta y mátame con él”. |
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