EL PAÍS QUE LE DECLARÓ LA GUERRA A UN AVE Y PERDIÓ

Por Alexander Martinez.

Muchas veces, en aras del progreso, el ser humano busca arrebatarle terreno a la naturaleza para ocupar sus recursos en la producción de materias  necesarias para sustentar su economía o generar nuevas fuentes de ingreso. Pero algunas ocasiones (si no la mayoría) la falta de análisis resulta en que las decisiones que toman las autoridades con respecto a la naturaleza son contraproducentes. En esta ocasión, veremos como la colonización de un vasto territorio despoblado ocasionó un conflicto peculiar.

Hasta 1986 Australia fue una federación  del Imperio Británico. Aunque independiente, formaba parte de la Mancomunidad Británica de  Naciones, y eso implicaba responsabilidades  con relación a Reino Unido; por ejemplo, participar en la Primera Guerra Mundial. Una vez obtenida la  victoria y concluido el conflicto en 1918, los soldados retornaron a sus hogares, pero como en Europa, muchos se encontraron sin oficio ni beneficio.

Si alguna vez has observado un mapa de Australia, te habrás percatado que gran parte de su territorio es desértico, con  millones de hectáreas de terreno inhabitadas;  pues al buen gobierno australiano se le ocurrió utilizar a los veteranos de guerra como colonos-granjeros para poblar esas zonas, específicamente la Australia Occidental, y así  obtener provecho de esos yermos.

Gran parte del territorio australiano es desértico y despoblado.

Puesto en marcha el proyecto con subsidios gubernamentales  y mano de obra veterana, se intentó cultivar trigo, pero el clima, la tierra y las condiciones de vida deplorables de la zona impedían el progreso deseado. 

Y entonces aparece nuestro protagonista, el emú, un ave no voladora, que después del avestruz y el casuario, es la tercera más pesada del mundo, aunque la segunda en altura. Quizá sin saberlo, los agricultores estaban invadiendo  el hábitat de los emúes. Esta ave suele migrar desde el interior australiano hacia las costas para reproducirse, y al encontrar los trigales en su camino hallaron lugares propicios donde instalarse. En un inicio,  los agricultores construían cercas que impedían el paso a dingos y conejos, pero estas fueron ineficaces contra los emús. A estos problemas se sumó la gran depresión de 1929 que ocasionó la veloz depreciación del trigo, y por tanto problemas económicos para los granjeros. Por tal motivo, una delegación de agricultores se reunió con el entonces ministro de defensa Sir George Pearce, veterano de guerra al igual que ellos, a quien solicitaron tomar acción para acabar con la plaga de emús.

Comparación de Avestruz, Emú y Casuario

El ministro accedió, con condiciones: el gobierno de Australia Occidental se encargaría del transporte de tropas, las armas serían utilizadas sólo por militares y los agricultores proporcionarían el alojamiento  y la comida a los soldados, así como del pago de la munición.

Las operaciones serían dirigidas por el mayor Gwynydd Purves Wynne-Aubrey Meredith, el sargento S. McMurray y el artillero J. O’Halloran, que disponían de dos ametralladoras Lewis y 10.000 cartuchos de munición.

Así, el 2 de noviembre de 1932, los militares hicieron la primera incursión;  con la ayuda de los colonos intentaron emboscar  grandes concentraciones de emús, confiados en que las aves no se percatarían y las exterminarían sin dificultad, pero  estas se dividieron en pequeños grupos, y dado que la distancia entre las bandadas y las armas era considerable, hicieron imposible hacer blanco en ellas.  Un segundo intento  solo logró abatir «quizás a una docena» de acuerdo al diario militar.

Dos días después, en otra emboscada  una de las ametralladoras se atascó después de disparar tan sólo a doce aves, y el resto se dispersó antes de que los soldados pudieran volver a disparar. Ese día no se pudo atacar a más emús. En los días posteriores,  los cazadores se percataron que cada manada parecía tener un macho alfa, que describieron  como  una gran ave de plumas negras y casi dos metros de altura, que vigilaba mientras el resto de sus compañeras llevan a cabo “su trabajo de destrucción”, y les advertía de la presencia de los humanos .

 Debido a la dificultad presentada los días anteriores, cuando las aves se dispersaban con el sonido de los disparos,  se decidió montar una de las ametralladoras en un carro, pero  la velocidad del vehículo era inferior a la de las aves y al no poder alcanzarlas, el artillero no pudo disparar un solo cartucho.

Un auto Modelo T modificado fue inefectivo para dar caza a los Emúes

Seis días después del primer “enfrentamiento”, el informe oficial mencionaba que se habían disparado 2,500 balas que abatieron solo 50 emús, aunque según los colonos la cifra real variaba entre 200 y 500. Lo cierto es que ante dicho informe, la Cámara de Representantes de Australia  discutió la viabilidad de seguir con una operación que no ofrecía los resultados deseados, así que se retiró el apoyo militar y las armas. Pero unos días después, las aves reanudaron sus «operaciones» y, el 12 de noviembre, el ministro de defensa aprobó nuevamente la operación militar que, una vez más, encabezó el mayor Meredith. El 10 de diciembre de 1932, cuando el ejército se retiró, se calculó la muerte de 986 emúes durante las operaciones y otras 2.500 bajas como consecuencia de las “heridas de batalla”. Un periódico informó años después, que a pesar de que el uso de ametralladoras había sido criticado en muchos sectores, el método demostró ser eficaz y salvó lo que quedaba de trigo.

Aunque los años de 1934, 1943 y 1948 se intentaron llevar a cabo operaciones similares, al final las barreras de exclusión resultaron ser un medio más eficaz  para mantener a los emúes y otros animales alejados de las áreas agrícolas.

Al final, como los emús sobrevivieron a las tácticas bélicas del gobierno, podría decirse que Australia perdió la guerra, no la más noble, sangrienta, duradera, ni la más importante, pero sí tal vez una de las más extravagantes de todas.

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