Durante todo el año, el Estado de México vive diversas fiestas patronales en
las localidades de sus 125 municipios, en las cuales los castillos, cohetones,
toritos y chiflones, entre otros juegos pirotécnicos, producidos en talleres
familiares dedicados a este oficio, son responsables de brindar luz, color y
espectáculo a estas festividades.
En uno de esos talleres, desde que amanece y hasta que el sol se oculta,
trabaja Víctor López González, uno de tantos artesanos mexiquenses dedicado a
la producción de pirotecnia, oficio cuyo conocimiento ha pasado de generación
en generación.
Don Víctor ha dedicado los últimos 20 años de su vida a esta actividad que, si
bien reconoce como un oficio artesanal con cierto grado de peligrosidad, es la
que le permite sacar adelante a su familia. Se resiste, por tanto, a pensar que
algún día la producción de pirotecnia pueda desaparecer.
Él vive en San Mateo Tlalchichilpan, localidad ubicada en el municipio de
Almoloya de Juárez, lugar con un sutil aroma a azufre, donde por varias
generaciones las familias que ahí habitan han hecho de la fabricación de fuegos
artificiales su forma de vida.
Para él, padre de familia de cuatro pequeños, la pirotecnia es un orgullo,
parte de su identidad y una tradición a la que no está dispuesto a renunciar.
Este mexiquense dijo que su municipio sobresale por ejercer este arte, pues su
comunidad ha sido escenario del oficio por décadas.
“La pirotecnia, hoy en día, más que una tradición es una forma de vida, ya que
aproximadamente el 90 por ciento de la localidad se dedica a la fabricación y
comercialización de juegos pirotécnicos”, señaló.
Existe una gran variedad de fuegos artificiales, sin embargo, la familia López
se ha dedicado a la elaboración de cartonería, toritos y otras figuras como
pavorreales y muñecas, siempre trabajando bajo las normas establecidas por las
autoridades.
Para los habitantes de San Mateo Tlalchichilpan, una muestra simbólica de la
cultura pirotécnica es la elaboración de los tradicionales “toritos”,
estructuras de carrizo o de metal en forma de toro, cubiertas de papel y
decoradas con coloridos diseños que al grito de “fuego, fuego”, son encendidos
y todo se transforma en un espectáculo explosivo de luces y sonidos.
A más de dos décadas de dedicarse a este oficio, reconoció que ya no le resulta
tan complicado como al principio, pues en el proceso de producción y
distribución de los “toritos”, son cerca de tres personas las involucradas en
el trabajo de un taller, así como en la comercialización, que llega a
beneficiar hasta a seis personas.
Por ello, llamó a la gente a adquirir productos mexiquenses, que cuentan con
mayor calidad y son elaborados con las adecuadas medidas de seguridad, además
de que ayudan a continuar con esta noble tradición mexicana.
Finalmente, reconoció el trabajo del Instituto Mexiquense de la Pirotecnia
(Imepi), como una dependencia del Gobierno estatal que atiende los problemas de
los pirotécnicos y mejora la fabricación, el transporte, el uso y la
comercialización de sus productos.