MONTAGNE PELÉE: CUANDO LA POLÍTICA CEGÓ EL SENTIDO COMÚN

Por Alexander Martínez.

Un día cualquiera de la  primavera de 1902, la vida transcurría como de costumbre en Martinica, una isla antillana ubicada al norte de Venezuela. La zafra (cosecha de la caña de azúcar) parecía ser buena ese año y, en Saint-Pierre, la segunda ciudad más poblada de la isla, los políticos se concentraban en una campaña electoral.

Sin embargo, a finales de marzo, un fenómeno pareció alterar la vida tranquila de aquella ciudad; el monte Pelée o montaña Pelada, que está situada a ocho kilómetros de Saint-Pierre, se puso en actividad. Al principio, la gente no prestó mucha atención. Sin embargo, en abril, cuando aquel volcán comenzó a arrojar humo, cenizas, rocas y vapores, la gente del comenzó a preocuparse.

Un lugareño le escribió a su hermana en Estados Unidos:

“La ciudad está cubierta en cenizas. El olor a azufre es tan fuerte que los caballos en la calle se detienen a resoplar. Mucha gente tiene que usar pañuelos mojados para protegerse de los gases fuertes.”

Después, a principios de mayo, la actividad volcánica aumentó y hubo explosiones frecuentes y fuertes. El periódico local  mencionaba que la lluvia de cenizas nunca se detenía y el sedimento era tan grande que ya no se oía el sonido de los coches al circular por las calles.

Una mujer de Saint-Pierre le escribió a su hermano que estaba en Francia, que el calor era sofocante y no podían dejar nada abierto, porque el polvo entraba por dondequiera y les quemaba el rostro y los ojos, además de que todas las cosechas se habían arruinado.

«El polvo entraba por dondequiera y les quemaba el rostro y los ojos, además de que todas las cosechas se habían arruinado»

Con este panorama, no hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta del riesgo que corrían al quedarse allí, pero, como te mencioné al inicio: era temporada de elecciones.

Así es, los políticos estaban más interesados en las elecciones que se aproximaban que en las señales evidentes que daba el volcán, y como no querían que la gente huyera para no perder electores, se encargaron de difundir el mensaje de que no había ningún riesgo. De hecho, el alcalde de otra ciudad fue a Saint-Pierre para convencer a la gente de que no había razón para alarmarse.

Además de políticos, a esta campaña de persuasión se unieron líderes religiosos y hombres de negocios que convencían a laicos y feligreses de que todo estaba bien.

Pero como dice el refrán: “Cuando el río suena, es porque agua lleva”; así que irremediablemente ocurrió lo que tenía que suceder.

Poco antes de las ocho de la mañana del 8 de mayo, el monte Pelée explotó con un estruendo asombroso. Gigantescos flujos piroclásticos avanzaron con velocidad increíble hacia Saint-Pierre. ¿El resultado? Un escritor declaró:

“Los muchos miles de cadáveres entre las ruinas relataban más o menos la misma historia, la de una muerte prácticamente instantánea cuando los alcanzó el chamuscador huracán que provino de la montaña Pelada. No hubo tiempo de huir, ni de luchar por la vida; centenares de personas simplemente murieron allí mismo donde se encontraban. El gas calcinador hizo su trabajo rápidamente, extinguiendo centenares de vidas en dos o tres minutos.”

Louis-Auguste Cyparis

El saldo que dejó la erupción del volcán fue alta: 29,933 personas, es decir prácticamente todos los que estaban en Saint-Pierre y las zonas aledañas al volcán.

Solo tres personas sobrevivieron, y dos de ellas murieron poco tiempo después a causa de las heridas. La única persona que se recuperó de sus heridas y siguió viviendo fue un prisionero joven llamado Louis-Auguste Cyparis. Lo habían puesto en la mazmorra de la prisión, donde lo encontraron varios días después del estallido.

Al día de hoy, existen en Saint-Pierre muchas ruinas, incluida la mazmorra, que muestran los estragos de este cataclismo; hay incluso una placa que recuenta las centenares de personas que perdieron la vida en una iglesia católica mientras asistían a misa.

La moraleja de la historia es que usar el sentido común puede salvarte la vida y… que a los políticos, empresarios y  clérigos a veces les importan más sus propios intereses que la vida de la gente, así que ya sabes.

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