Por Alexander Martínez.
México es el país que dió dos de los mejores sabores al mundo: la vainilla y el chocolate.
De la vainilla te hablaré en otra ocasión, esta vez, me gustaría mostrarte uno de los usos conocidos, pero poco entendidos hoy día, de la semilla que da origen al chocolate: el cacao.
Aunque recientemente se ha descubierto que el Theobroma Cacao, árbol del que se cultiva el cacao, fue domesticado por primera vez al norte del Amazonas hace unos 5,300 años, el hecho no resta importancia a la relación entre las culturas mesoamericanas y dicha semilla, pues es muy probable que estas culturas hayan continuado domesticando el cacao hasta satisfacer sus propios gustos y necesidades.
Los Olmecas fueron los primeros en cultivar el cacao en Mesoamérica. Lo degustaban en forma de bebida, al moler los granos tostados y mezclarlos con agua, a la que posteriormente añadían chile y especias. Con el pasar de los siglos, el gusto por el cacao se extendió por el resto de Mesoamérica, llegando su semilla a valer más para los indígenas que los metales nobles, y terminando usándolas como moneda de cambio para el trueque.
Pero ¿cómo funcionaba el uso del cacao-moneda?
Se puede definir la moneda, como una materia determinada que se emplea como medio legal de pago, y que procede de una convención social que le adjudica un valor. Para que algo funcione como moneda, es importante que la gente piense en ella como tal. Y para que sea considerada así, debe poder cambiarse por cualquier otro objeto, es decir, que funcione como equivalente general de toda mercancía, o que represente los bienes que pueden conseguirse con ella.
El mejor ejemplo que tenemos en México sobre el uso del cacao como moneda de cambio es el de los Mexicas.
Antes de continuar, es importante aclarar una idea errónea que algunos tienen del cacao como único tipo de cambio o a lo que más valor daban los habitantes del Anáhuac. Los mexicas preferían un tipo especial de mantas fabricadas de algodón o henequén llamadas “quachtli”. Aunque se desconoce cuál era la diferencia entre estas mantas y las utilizadas para vestimenta, se sabe que las quachtli valían más que el cacao. De hecho, gracias a los códices conservados que listan los tributos exigidos por los mexicas, se sabe que solo cinco de las treinta y ocho provincias que dominaban, les tributaban cacao, y seguramente se trataba de regiones productoras que cosechaban semillas destinadas al consumo. En cambio, las mantas eran el objeto más tributado por las restantes treinta y tres provincias.
Otros objetos utilizados como moneda eran unas hachuelas de cobre, así como cálamos o cañones de plumas de guacamayas, faisanes, loros y quetzales que se rellenaban con polvo de oro. Sin embargo, por la facilidad de su adquisición e intercambio por artículos de bajo precio, lo más común para “comprar” en los tianguis, eran las semillas de cacao.
No se sabe mucho de la forma en la que se controlaba la producción antes de la conquista, o cómo se sustituían los cacaos que se estropeaban, sin embargo, el jesuita Francisco Javier Clavijero, mencionó que los aztecas usaban una especie de cacao llamada tlalcacáhuatl para la bebida, mientras que otras tres especies se usaban como dinero. Clavijero sostiene que las especies empleadas como moneda se usaban para tal propósito porque producían bebidas de menor calidad, así que el valor de esos diferentes tipos de granos podría haber variado según la preferencia por el dinero o por la bebida
Algo interesante sobre los granos de cacao, es que, aunque tenían relativamente escaso valor, se les consideraba lo bastante valiosos como para falsificarlos. Los falsificadores perforaban la vaina exterior del grano para extraer la pulpa y preparar chocolate, para después rellenar el hueco con barro, huesos de aguacate molidos, arena u otro material. Posteriormente, los granos adulterados eran mezclados con los buenos y vendidos juntos. Se dice que los falsificadores eran tan diestros en su engaño que resultaba casi imposible distinguir los granos falsos, teniendo las autoridades que asignar jueces en los mercados que evaluaran la autenticidad de las semillas.
Como el uso del cacao como moneda de cambio estaba tan extendido entre los indígenas, tras la conquista, cuando los españoles pagaban a los indígenas con dinero metálico, estos se sentían estafados y lo tiraban, por ello el cacao tuvo que seguir usándose como medio de intercambio, y según parece, el dinero español y las monedas nativas funcionaron juntos en un solo sistema monetario integrado. Por eso, la administración de la Nueva España tuvo que regular su valor en diversas ocasiones.
Por ejemplo, en las Actas del Cabildo de la Ciudad de México del 28 de enero de 1527 se acordó prohibir la venta de cacao «salvo por medida sellada por el sello de la ciudad». En los registros comerciales de 1545 para Tlaxcala, un tomín o “Real de plata” español equivalía a 200 granos de cacao enteros o 230 que no lo estuvieran. En 1550, para la Ciudad de México, el tomín equivalía a 200 granos de cacao, el 17 de junio de 1555 se fijó en 140 cacaos y en 1590 bajó a 120.
Pero a final de cuentas, ¿qué valor comercial tenía el cacao?
Gracias a los apuntes de cronistas como Bernardino de Sahagún, Toribio de Benavente “Motolinía”, Bernal Díaz del Castillo y Fernando González de Oviedo, podemos tener una idea del costo de las cosas que se podían comprar con cacao entre las décadas de 1520 a 1550.
Por ejemplo, a los trabajadores en los campos de maguey se les pagaban 40 semillas de cacao por día, a un cargador se le daban 20 semillas al día o por viaje dependiendo del esfuerzo, un día de trabajo de un obrero especializado podía conseguirse con 100 semillas y los servicios de una prostituta valían 20 semillas.
En cuanto a los alimentos vendidos en los tianguis, se tienen los siguientes ejemplos: una liebre de buen peso o un guajolote macho costaba unas 120 semillas, un guajolote hembra 100 semillas, un conejo 30 semillas, un pato 20 semillas, una calabaza 4 semillas, 1 aguacate al igual que un pescado cocido en hoja o un huevo de guajolote 3 semillas, una paloma 2 semillas, un zapote o un tomate 1 semilla.
Ahora, intentemos averiguar el “salario mínimo” de los indígenas para saber que tan buena o mala era su economía. Para ello utilizaremos un informe de Motolinía acerca de que 20 mantas quachtli permitían vivir a un hombre algo más de un año. Cada manta valía en promedio unos 100 cacaos, así que haciendo cuentas tenemos que al día se tenía un presupuesto aproximado de 5,47 cacaos.
Recuerda que el cabildo de la Ciudad de México era el que regulaba el valor del cacao y no todos los años se podía comprar lo mismo con él, así que dejando de lado los ejemplos antes mencionados y tomando como caso de análisis el maíz, que era la base de alimentación de los indígenas, veamos lo siguiente. La fanega de maíz (aproximadamente 55, 5 litros) costaba ocho reales en 1525, tres en 1526, dos en 1532 y uno en 1540; y aceptando que los 55,5 litros de la fanega equivalían a unos 46 kg de maíz, un indígena podía comprar 311gr en 1525, 837gr en 1526, 1,258gr en 1532 y 2,516gr en 1540. De acuerdo al antropólogo William T. Sanders, las necesidades diarias de un indígena se cifraban entre 438 y 547 gr de maíz, así pues, tenemos entonces que en 1525 el indígena padecía hambre, pero en los siguientes años le bastaba.
El misionero inglés Thomas Gage registró algo interesante sobre los indígenas en su “Nuevo reconocimiento de las indias occidentales”. Él mencionó que los indios con cuatro o cinco granos de cacao compraban las frutas y demás comestibles que necesitaban, y los salarios estaban por encima. El registro del salario más bajo que se conoce para todo el siglo XVI fue el del año 1530, y es el que se les daba a los tamemes (cargadores) que recibían 12 o 13 cacaos diarios. «El indio vive la semana entera con menos de un real, lo cual no puede hacer el español ni nadie», escribió Gage, y es que en la Italia de la misma época, por poner un ejemplo, las clases bajas gastaban entre el 70 y el 80% de sus ingresos en la alimentación y al español del siglo XVI se le iba la paga en trigo, mientras que un indígena, si lo deseaba, requería entre 52 y 104 días de trabajo al año para ganarse el sustento.
Con el paso del tiempo, la moneda metálica fue sustituyendo el uso del cacao como tipo cambiario, sin embargo, en algunas regiones del sureste mexicano siguió utilizándose hasta los años 30 del siglo XX, después de lo cual solo conservó su valor como alimento, pero no cualquier alimento, sino uno de los más sabrosos del mundo: el chocolate.