Por Alexander Martínez
En el pasillo izquierdo que conduce de la iglesia del Espíritu Santo (La Compañía) a la sacristía, se encuentra una tumba con los restos de una mujer: Catarina de San Juan. En la lápida de dicha tumba se puede leer, del latín al español:
“A Dios Optimo Todopoderoso. Guarda este sepulcro a la venerable en Cristo Virgen Catarina de San Juan, que el Mogor dio al mundo y la Puebla de los Ángeles al cielo. Después que había vivido 82 años, amada principalmente de Dios, no menos de los hombres, humilde y pobre en la esclavitud, aunque ilustre por su sangre real, acaeció su fallecimiento, seguido de gran aclamación por parte del pueblo y del clero, en la víspera de los tres Santos Reyes, el año de 1688” .
Pero, ¿quién fue Catarina de San Juan?
La vida y obra de esta mujer la podemos conocer por diferentes publicaciones que se imprimieron en el siglo XVII. La principal fuente de información la conocemos gracias a uno de sus confesores, el jesuita Alonso Ramos. Gracias a él, sabemos que su nombre original tal vez era Mirnha o Meera, y que procedía de un principado del noroeste de la India llamado Mogor, tal vez en la región de Rajastán, que al parecer que en su momento era tributario del imperio mongol.
Nació cerca del año 1606, como hija de una concubina de nombre Botrha y el Rajá de esa región, por lo tanto, Mirnha o Meera, era una princesa; el nombre del Rajá se desconoce, porque ni la propia Mirnha lo recordaba, tal vez porque no lo veía mucho, ya que su madre era solo una de las muchas esposas del rajá. Según su biógrafo, parece que debido a una invasión turca, la familia real tuvo que huir a una región portuaria cerca de las posesiones portuguesas.
Un día cuando tenía 10 o 12 años, Mirnha paseaba por la playa, pero unos piratas la secuestraron junto con uno de sus hermanos. Ella fue trasladada a Cochín y posteriormente vendida como esclava a varios dueños hasta que un mongol, que se enamoró de la niña, la compró y la puso al cuidado de una de sus damas, pero esta la maltrataba porque le tenía celos; tanto es así, que al final supuestamente la mujer le amarró una piedra al pecho y la lanzó al mar; pero Mirnha cayó cerca de la cadena de un ancla y pudo salir a la superficie, y tras gritar por auxilio, un portugués la ayudó y la llevó con unos antiguos dueños que había tenido la niña.
Una costumbre común entre españoles y portugueses era convertir al catolicismo a todos sus esclavos, evangelizándolos u obligándolos, con el fin de que abrazaran la fe cristiana, fueran sumisos a Dios y no se alzaran contra sus amos. Bueno, pues Mirnha no fue la excepción, allí en Cochín, fue evangelizada y bautizada con el nombre de Catarina de San Juan.
Algún tiempo después, Catarina fue llevada a Manila, que era una posesión española. Por aquél tiempo, el marqués de Gálvez, virrey de la Nueva España, encargó al gobernador de Manila “la compra de esclavas de buen parecer y gracia para el ministerio de su palacio”. Catarina de San Juan al ser una de las elegidas, fue embarcada para la Nueva España en 1620. Primero llegó al puerto de Acapulco en la Nao de China, vistiendo un exótico vestido de ricos bordados y lentejuelas.
En Acapulco, fue recomprada por un mercader procedente de la ciudad de Puebla, Don Miguel de Sosa, que la llevó a vivir en el barrio del Alto de San Francisco, en dicha ciudad. Allí, gracias a su esfuerzo y trabajo, se ganó la confianza de los Sosa que incluso querían que aprendiera a leer y escribir, algo que jamás consiguió; es más sus confesores mencionan que nunca aprendió a hablar bien el español y que además costaba mucho comprender lo que decía, por lo que tenía que usar señas para poder darse a entender por completo.
Supuestamente, debido a la nostalgia que Catarina sentía por su patria, decidió comprar telas de diversos colores y adornarlas con chaquiras, canutillos y lentejuelas a la usanza oriental, creando una simbiosis entre lo mexicano y lo hindú. Además se hizo muy popular por su belleza, su manera peculiar de vestir, y porque, también supuestamente, tenía constantes visiones de santos, ángeles, de la Virgen María y de Jesús. Así, Catarina de San Juan, llegó a ser conocida por todos, refiriéndose a ella como la “China Poblana”.
Hay que entender que debido al comercio producido por la Nao de China, que llevaba productos orientales a la Nueva España para ser a su vez enviados a España, comenzó a utilizarse el termino “chino” para referirse a todo lo que procediera no solo de China, sino además de las Filipinas, la India, Indonesia, etc. Por tal motivo, a pesar de su procedencia hindú, se referían a Catarina como china.
En fin, la leyenda cuenta, que gracias a su fama, otras mujeres empezaron a imitar su vestimenta y le añadían otros elementos indígenas, creando así el traje típico que se conoce como “Traje de China Poblana”.
Esa parte de su historia, debe tomarse con cautela, porque hay que recordar que Catarina era una esclava, y si bien tal vez cuando arribó a la Nueva España vestía tocados orientales, no siempre pudo hacerlo, porque habiendo muerto los Sosa, le fue concedida su libertad que había quedado estipulada en su testamento, pero junto con su libertad, también se quedó en la calle.
Debido a eso, fue recibida en la casa de uno de sus confesores, el jesuita Pedro Suárez, donde realizaba el trabajo doméstico y sólo salía para ir a la iglesia. El padre Suarez tenía como esclavo a otro “chino” de nombre Domingo, quien se enamoró de Catarina y aunque ella lo rechazaba, el padre Suárez la hizo casarse con él. Como ella se negaba a llevar la vida marital con Domingo, este se cansó de su actitud y se juntó con otra mujer; años más tarde falleció y dejó viuda a Catarina.
Después de enviudar Catarina se dedicó a servir en el colegio jesuita del Espíritu Santo y tiempo después, poco antes de su fallecimiento, fue recogida por un capitán que le dio una habitación.
Catarina murió virgen de acuerdo con la leyenda, casi paralitica, con bastantes dolencias y muchas contusiones provocadas, según su confesor, “por los demonios”, que la aborrecían y la golpeaban; aunque lo más probable es que lo hiciera el encargado en turno que la golpeaba como a cualquier otro esclavo.
Esta mujer nunca dejó su carácter de esclava y murió finalmente el 5 de enero de 1688, a los 82 años de edad aproximadamente, en la total pobreza, tal y como se puede constatar al leer su testamento, donde solo dejó: un crucifijo, algunos cuadritos, una cazuela y la ropa que portaba. A su funeral asistieron muchos poblanos, que querían tener una reliquia de esta mujer, considerada como santa debido a sus visiones. Por esta razón su cuerpo fue sepultado en el altar de la antigua iglesia del Espíritu Santo.
Al parecer, los jesuitas querían contar con un santo aquí en el nuevo mundo, que les sirviera de respaldo para poder convertir a más gente. Por eso, sus confesores escribieron algunas biografías de ella e hicieron editar grabados con su imagen. Pero como el culto a su persona se extendía, la Santa Inquisición lo prohibió, y ordenó además que todo objeto relacionado con ella, fuese recogido y quemado so pena de excomunión por considerar que “contenía revelaciones, visiones y apariciones inútiles, inverosímiles, llenas de contradicciones y comparaciones impropias, indecentes y temerarias, contrarias al sentir de los doctores y práctica de la Iglesia Universal, sin más fundamento que la vana credulidad del autor”.
Al final, sin embargo, la forma de vida de Catarina de San Juan: su sumisión, la adopción de la moral católica y su asimilación a los patrones de vida tradicionales en la sociedad colonial poblana, fueron los elementos que hicieron que se le recordara y se la adoptara como una mexicana más. Hoy, muchos consideran que la historia de la China Poblana es solo una leyenda, pero la tradición ha conservado el traje, que sigue siendo usado, a pesar de los siglos que han transcurrido, por muchas mujeres como un distintivo más de la cultura mexicana.
